Sabe quién es, sabe cómo es. Ha vivido en el mismo sitio toda su vida y él lo ha visto crecer; sin embargo, siguen siendo completos desconocidos. Intuye que oculta cosas, y pensar en los misterios que alberga es lo único que le ayuda a escapar de la rutina asfixiante. 

Siente una atracción inexplicable hacia ese bosque al que apoda Nébula. Oye su llamada, el susurro de su nombre que el viento transporta hasta sus oídos. Él ya lo habría explorado de no ser por sus padres, que se lo tienen terminantemente prohibido. 

―¡Buenos días a todos! ―mi madre le sonrió al sol. 

―Muy buenos, mi amor. Siento que hoy vamos a ser muy productivos. ―El optimismo de mi padre me desespera. 

―Más que bueno, yo diría «monótono», «igual a los demás», «rutinario» …

―No vas a ir a ese bosque. Ya sabes que es peligroso para nosotros ―mi abuelo me interrumpió. 

―Se llama Nébula y no es peligroso ―le repetí por milésima vez. 

―Haz caso a tus mayores, ellos saben más que nosotros. ¡Son centenarios! ―me reprochó mi hermana. 

Suspiré y volví a mis tareas habituales. El día transcurrió sin novedades, sin brisa, apenas nos movimos de nuestro sitio. Aproveché para tramar mi huida, puesto que no pensaba quedarme aquí teniendo ese cautivador bosque tan cerca. 

Por fin ha anochecido. Mi familia descansa muy cerca de mí, es un riesgo, pero estoy decidido. Me arrastro sigilosamente hasta el límite entre el bosque y nuestra pradera. 

«¿Sigo o regreso?» «¿Es esta la decisión correcta?». Me asaltan las dudas. Pronto amanecerá, y es ahora o nunca. 

Doy el paso final y me adentro en la oscuridad. Enseguida noto el viento fresco, pero aquí no es agradable sino escalofriante. Miro a mi alrededor y solo veo gruesos troncos de pinos inmensos. Me siento pequeño, frágil, vulnerable. 

Pienso en mi familia «¿Tendrían la razón?», me pregunto. «¿Ya se habrán percatado de mi ausencia?». 

El hambre interrumpe mis pensamientos, y guiado por la sed, me refugio, equivocadamente, bajo el gran pino. Amanece un nuevo día y aquí no llega el sol como en la pradera. Quizás abuelo tenía razón, pero no quiero que el miedo me achante. 

Organizo mis ideas: «necesito agua, luz y alimento». 

Tras una larga búsqueda encuentro tierra húmeda. No hay sol, pero algo es algo. 

Paso varios días allí, pero es hora de moverse. 

De camino a un lugar mejor, me encuentro varios animales. No son ellos los que amenazan mi subsistencia, así que sigo. 

Mi único entretenimiento es pensar «Nébula, no eres como creía, déjame volver con mi familia. No quiero seguir aquí». 

Estoy aterrado, llevo dos semanas en este bosque y no he conseguido nada bueno. Lo he pasado mal y siento que me queda poco tiempo, tras varios días sin luz solar. Cuando ya estoy a punto de rendirme, diviso un pequeño claro en el que se ve el cielo. Me doy toda la prisa posible por llegar, pero la desesperación por seguir vivo me impide fijarme en los detalles. 

Una vez recompuesto, observo mi entorno y me doy cuenta del error que he cometido. Está lleno de raíces gruesas y largas que me atrapan y me roban el sustento. No tengo ganas ni fuerzas para continuar, así que, recordando a mi madre, le sonrio al sol y pienso en cuanto los extraño a todos. 

Esta vez, la curiosidad mató al rosal.

Marai Armas estudiante del Colegio Echeyde Santa Cruz

Relato seleccionado entre los 10 mejores del concurso literario organizado por el Cabildo Insular de Tenerife dentro del Programa Insular de Animación a la Lectura (PIALTE).

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