Solo aquellos que hayan estudiado en el Echeyde pueden saber lo que es recordarlo con los cinco sentidos. Solo ellos pueden saber a lo que me refiero cuando hablo del olor de sus pasillos, del tacto al pasar las manos por sus paredes rugosas de bloques o por el encalado pedregoso de su fachada tratando de arrancar alguna de sus piedritas rosas, solo ellos conocen ese abrumador barullo en el comedor o en las filas en el recreo esperando para subir a clase. Solo aquellos que han estudiado en el Echeyde pueden saber lo que es degustar uno de esos grandes bocadillos que preparaba Tito o un croissant mixto de los que venían en el pic-nic de las excursiones. Solo aquellos que hayan estudiado en el Echeyde saben lo que significa desde ver a los Reyes Magos en tu propio colegio hasta ver tu orla colgada en una de sus paredes.
Vivir la experiencia Echeyde es algo único, tan único que a menudo pienso en cuanto me encantaría poder repetir, aunque solo fuera por una vez, un día de clase en él.
A menudo olvidamos lo importante que puede llegar a ser un colegio en la vida de una persona. Un colegio no solo se trata de un lugar donde vas a estudiar, sino que en él también descubrirás tus amistades, tus primeros referentes, tus aficiones, tus intereses, tus mayores inquietudes. Un lugar donde reirás, llorarás, donde saltarás de alegria y te decepcionarás, donde aprenderás (y no solo de los libros), donde olvidarás, donde amarás y odiarás, donde te caerás y te levantarán, pero sobre todo, un lugar donde vivirás.
Cuando el ser humano recuerda, puede olvidar lo que escuchó, lo que hizo, lo que aprendió, pero nunca olvida como se sintió y eso me ocurre a mi con este colegio, el tiempo podrá borrar mucho de lo que sucedió en él, pero nunca todo lo bueno que me hizo sentir.
Marta Rodríguez Pérez | Ex alumna Echeyde Arona Actualmente enfermera en la Sanidad Pública