A lo largo de tres décadas que he invertido en enseñar idiomas, he llegado a la conclusión de que el estudiante necesita combinar dos ingredientes para aprender: la motivación y la fuerza de voluntad. Además, por ese orden.

Parecen conceptos similares; sin embargo, el primero hace referencia al interruptor que encendemos cuando algo nos provoca curiosidad. El segundo, quiere decir la simbiosis entre las acciones y el mantenimiento en el tiempo.

Esta sinergia de motivación y fuerza de voluntad se alimentan la una a la otra. Por lo tanto, han de colocarse en un plano paralelo y trabajarlas por igual.

La motivación marca un objetivo general y una fuerza inicial para poner el foco en la dirección adecuada. Por el contrario, la fuerza de voluntad es la actitud frente a las tareas que debemos emprender para concluir el camino y llegar al objetivo planteado inicialmente. La fuerza de voluntad requiere rutinas y tareas continuadas, igual que un tren en marcha. La motivación es el arranque y calentamiento del motor de ese tren.

Un estudiante puede tener motivaciones, pero carecer de la fuerza de voluntad suficiente para alcanzar la meta. En la mayoría de las ocasiones, he percibido que, el alumno visualiza el final del trayecto desde la perspectiva de la «suma de acciones» que tiene que realizar durante el recorrido. Focaliza de manera errónea todas las actividades como un gran bloque pesado que obstruye el camino.

Para que esto no ocurra, el profesor puede ALIMENTAR la motivación del alumnado, invirtiendo, por ejemplo, un tiempo explorando las satisfacciones de los estudiantes y mostrándoles que el trabajo es placentero. Téngase en cuenta que para ellos solo existe la remuneración de SUPERAR los desafíos.

En este tiempo dedicado a la motivación puede ocurrir que tengamos que sacrificar objetivos y contenidos académicos, pero a veces, menos cantidad y más calidad puede fructificar en tiempos futuros.

Recomiendo dirigir el esfuerzo de la didáctica a tareas más controladas y fáciles de desempeñar, tareas que mantengan en vilo al estudiante y alimenten la curiosidad y las ganas de aprender.

De esa manera, he logrado que el interés (su motivación inicial) no decaiga durante el año académico y consiga grandes avances más adelante, cuando la confianza se ha convertido en la base de la estructura de su aprendizaje.

Fernando Armas | Echeyde Santa Cruz

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