Hoy he vuelto a pasear por los pasillos y los patios del colegio que me vio crecer. Tengo muchos recuerdos de mis primeros años en el colegio, por aquellas aulas y aquel patio, pero, los más intensos, están todos relacionados con los dinosaurios. Recuerdo hacer que éramos paleontólogos y paleontólogas en “el campo tierra”, jugar con los muñecos durante el recreo del comedor, aquellos que venían en los yogures a principios de los 90 y que tenían el nombre del dinosaurio escrito en la barriga y, también, como si fuera ayer, la vez que fuimos un grupo de raptores que perseguían a “un triceratops” hasta una misteriosa cueva, que no era otra cosa sino los baños del patio de Infantil. Todos esos recuerdos siguen siendo los más vividos que tengo de mi más temprana infancia porque, lo que para los ojos de las personas adultas eran simples juegos, para mí eran la pasión más intensa que pude experimentar en esos años. En aquel patio, bajo la sombra del edificio rosa, rodeado de vallas rojas, con mi jersey de punto azul y con la gran “E” blanca en el pecho, dije por primera vez que quería ser paleontóloga. 

Durante mis años de crecimiento fueron muchas las personas que intentaron convencerme que aquella decisión era solamente un “sueño de niña”. Sin embargo, tuve la grandísima suerte de cruzarme con maestras y maestros, así como compañeras y compañeros que siempre fomentaron mi pasión por la paleontología. Recuerdo, con especial cariño, como me motivaban a realizar trabajos y exposiciones en clase sobre dinosaurios, geología o zoología y como, además, me permitían desarrollar todo aquello que a mí más me apasionaba. Mis años en el Echeyde, sumado al apoyo incondicional de mi familia, sin duda, forman parte de la persona que soy ahora y de la paleontóloga que estoy construyendo.

Hoy, 30 años después, vuelvo a ese patio y a ese colegio con la paleontología como profesión, con un doctorado bajo el brazo y 10 años de experiencia estudiando dinosaurios. No ha sido un camino fácil, eso no lo puedo negar, y sigue sin serlo. Durante todo este recorrido muchas han sido las veces que se me pasó por la cabeza bajarme de este barco. Tristemente, la ciencia en España no está bien pagada o, más bien, nada pagada, y la carrera investigadora es un camino tan incierto que no puedes, ni siquiera, planear que vas a hacer dentro de 3 meses porque no sabes en qué lugar del mundo vivirás, literalmente. En los últimos 4 años, he vivido en 3 países y 4 ciudades distintas y, en breve, volveré a hacer una maleta que me sacará de la isla donde nací sin fecha de vuelta. Pero, aun así, a pesar de las incertidumbres y las idas y venidas, no cambiaría por nada del mundo la profesión que he elegido. Mi profesión me ha llevado a vivir las mayores aventuras de mi vida, he buscado dinosaurios por la “infinita” Patagonia, bebido leche de camello con luchadores de bökh en el desierto del Gobi, dormido con osos Grizzly en las Montañas Rocosas, le he puesto nombre a un dinosaurio de Tailandia y he tenido en mis manos huesos de animales de hace 180 millones de años, todo ello, además, me ha permitido conocer gente maravillosa de todas partes del mundo.

Aquella niña que con 5 años soñaba con estudiar dinosaurios sentada en las gradas del colegio, vuelve hoy como paleontóloga a compartir sus experiencias con las nuevas generaciones. Con esta experiencia solo quiero mostrarles que da igual tu género, procedencia o tu edad, que nadie te diga que no puedes lograrlo. Y a las personas adultas, recordarles que no existen los sueños infantiles, sino que estos son sueños y metas tan reales como los que puedes tener tú: aliméntalos, aliéntalos, escúchalos porque te sorprenderá hasta dónde puede llevarles en su vida, la pasión de una niña o un niño.

Elena Cuesta exalumna de Echeyde II, promoción de 2003

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