El adagio «una imagen vale más que mil palabras» se usa con mucha frecuencia cuando queremos decir que una representación visual transmite ideas complejas y que la representación gráfica de las mismas nos lleva a comprenderlas y recordarlas mejor.
La comunicación, sustentada por las tecnologías de la comunicación, tiende a escatimar palabras para representar emociones o estados de ánimo y a sustituirlas por imágenes creadas para esa finalidad. Un claro ejemplo es los «emoticonos», o sea, emociones representadas por pequeños iconos que con un pulso en el teléfono móvil enviamos a nuestros interlocutores o recibimos de ellos.
Hace pocos días, algo en mi interior me hizo reflexionar sobre esta afirmación. En medio de un relato, necesité recrear una escena intensa, veraz, real y emocionante. Después del esfuerzo para superar el desafío, imaginar las reacciones del lector fue una experiencia maravillosa que me llevó a reconsiderar si realmente la escena hubiera estado mejor fundamentada por una imagen que por aquellas palabras.
Lograr que las emociones de un lector suban y bajen con palabras, como si fueran en un carrusel de feria, supone más esfuerzo que si la misma escena se captara a través del objetivo de una cámara de cine, probablemente.
Sin embargo, tuve la impresión de que la imagen de la cámara no lograría el mismo efecto que pretendía en aquel momento. Pensé que el espectador pasaría ligero y de puntillas por ella. Dedicaría unos pocos segundos a recorrerla con su mirada, sin necesidad de profundizar mucho en la esencia, en los recovecos e intenciones del mensaje.
La tecnología desborda las redes con imágenes efímeras y fáciles. Carezco de datos, pero seguramente los proveedores de Internet tengan que ampliar la capacidad de almacenaje de sus servidores, repletos con tanta información visual.
Analicemos ¿Cuántas veces plasmamos escenas cotidianas? Nos autorretratamos el día entero y fotografiamos cada rincón de los lugares que visitamos durante nuestras vacaciones, de los eventos familiares, de las fiestas y paisajes favoritos… Una y otra vez, (me incluyo).
Escenas a un clic. No hay que pensar mucho, ¿verdad?
Por el contrario, las palabras son poderosas herramientas de comunicación, mucho más profundas. Las palabras requieren nuestro esfuerzo para codificar y decodificar el mensaje. Necesitan de nuestro aprendizaje, de la inteligencia, de nuestra capacidad creativa, evocadora, ilustrada.
Concluí que las palabras son mucho más enriquecedoras, porque el cerebro del lector ha de evocar la escena mientras lee y eso nos acerca más al emisor del mensaje. Llegué a la idea de que escribir es más personal, más íntimo y requiere un proceso de digestión lenta…
Vivimos de manera frenética, con el tiempo justo para cada cosa o escaso para las importantes.
Ojalá no perdamos la capacidad de comunicarnos con reposo y sosiego, pues desaprovecharíamos algo de nuestra capacidad creativa… de nuestro lado humano.
Fernando Armas. Profesor en Echeyde I