¿Qué levante la mano quién ha roto un plato de manera accidental? Esto es mera cuestión retórica y si ha levantado la mano (lo más probable), puede bajarla y seguir leyendo cómodamente.
Los errores tienen tan mala fama que nadie quiere cometerlos; sin embargo, en todas las áreas de la vida son tan imprescindibles como los aciertos. Me atrevería a decir que equivocarse es tan importante como atinar.
Aquí va un ejemplo: gracias a la pifia del desordenado y despistado Alexander Fleming muchos humanos han salvado su vida. Este científico escocés olvidó una serie de cultivos de bacterias en placas de Petri al aire libre y, tras sus vacaciones, descubrió que los hongos penicillium las habían matado. Unos años más tarde se logró una forma purificada de la penicilina, aún utilizada como remedio para combatir las infecciones producidas por estafilococos y estreptococos.
En el campo del aprendizaje, que es el que nos concierne, es importante canalizar el fallo, la equivocación o el desacierto para evitar que genere miedo a la productividad del estudiante. El error es parte del proceso de análisis; es una oportunidad para aprender cuando se corrige.
En el caso de la enseñanza de un idioma, el lenguaje es más psicológico que fisiológico. Nuestro aparato fonador no tiene dificultades para producir sonidos y modificarlos para crear los fonemas con los que formamos las palabras. Por tanto, tenemos que entrenar nuestro cerebro y obligarlo a aprender de los errores en un proceso continuo.
Siempre animo al estudiante a hablar sin miedo a equivocarse, porque aprenderá más rápido examinando sus respuestas y obligando al cerebro a trabajar a su favor.
Si queremos enseñar a lavar platos, sabemos que algunos se resbalarán de las manos jabonosas y acabarán hechos añicos. Es el costo del proceso enseñanza-aprendizaje. Experimentar, errar y volver a intentarlo nos ayudará a aprender.
Fernando Armas Pérez, profesor de ESO
Colegio Echeyde I – Santa Cruz de Tenerife