­­­­Al igual que nadie nos enseña a ser madres y padres, nadie nos enseña a ser maestros y maestras, al menos no a mí.

Pasados unos cuantos años estudiando la carrera de magisterio, donde la teoría sigue sin tener nada que ver con la práctica, llega ese momento tan esperado y te aborda la gran pregunta: ¿realmente es esto lo que yo quiero?

Equivocarnos y aprender de nuestros errores es lo que hace que crezcamos profesionalmente. Además, ser maestra implica que dediques muchas horas a formarte, a leer artículos de aquí y de allá, a innovar e innovarte, enseñar desde la emoción y emocionarte con ello. Somos cuentacuentos, cantantes, incluso payasos y aprendemos a dar besos de colores y a dibujar sonrisas sin papel y lápiz.

En nuestro día a día no solo tenemos que saber estar a la altura de nuestros alumnos y alumnas, sino también de sus familias, debemos empatizar con ellas, saber ponernos en su lugar y eso no se estudia, se aprende.

Para mí, el poder de la empatía es crucial para lograr nuestras metas como docentes. Ser empáticos nos ayuda a comprender mejor el comportamiento de nuestros niños y niñas en determinadas circunstancias, por lo tanto, entender los sentimientos y emociones de nuestro alumnado desde que comienza su escolarización es sinónimo de éxito y nos garantiza que se forjen un futuro como ciudadanos y ciudadanas que sabrán respetar y empatizar con sus iguales y el entorno que los rodea.

Hace unos meses la madre de un alumno me dijo: “yo todavía estoy de luto”. Y ustedes me preguntarán acerca de qué estábamos hablando. Pues muy sencillo, es mamá de un niño con TEA. Ella, que no es madre primeriza, me comenzó a contar cuáles fueron las señales de alarma, qué vio para saber que algo no iba como debería…y en medio de la conversación hizo este comentario que jamás olvidaré. 

A mí como madre me llegó al alma, me partió el corazón en mil pedacitos, tragué nudos de tristeza y como profe me hacía ver una realidad completamente desconocida para mí. 

Cuando una familia te confía tal sentimiento es imposible no ponerte en su lugar, intentas entrar en su día a día e intuyes lo duro que debe ser aceptar que tu hijo o hija jamás será como los demás, al menos por ahora. 

Y es aquí donde entra en juego la empatía. Saber ponernos en su lugar, facilitarles una educación de calidad y hacerles confiar en nosotros como docentes guardianes del más valioso de sus tesoros, es lo mejor que podemos hacer por ellas.

A modo de reflexión y ahora que mis miedos se han difuminado, mi pequeño gran artista es uno más en el aula y cada logro suyo lo celebro como una medalla olímpica. Tengo claro que quiero seguir aprendiendo. Quiero seguir empatizándome. Porque por niños como él me doy cuenta que no me equivoqué, que disfruto con mi profesión y que gracias a ella tengo más que motivos para seguir formándome como el primer día. 

Auxi Barbuzano, profesora de Echeyde II

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información sobre las cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies
Ir al contenido